De mi libro EL AMOR Y LA ESPERA 2
La gente habla, murmura, grita, se lamenta. De vez en cuando, alguien suelta una carcajada. Un niño pequeño lanza un chillido y rompe a llorar. Una mujer inicia una serie interminable de rezongos y un hombre le responde con protestas. A lo lejos, se oye el estruendo de una moto con el escape abierto. Algo más cerca, automóviles que pasan en ambas direcciones. Al acercarse a la esquina, un camión pesado hace sonar una bocina que se parece a la sirena de un barco. Los sonidos se mezclan, se anudan, se confunden, como en una procesadora gigante; pero yo puedo separarlos, identificarlos uno por uno, porque soy ciego. Sé lo que pasa más allá de estas cuatro paredes que me rodean, más allá de esta ventana entreabierta durante el verano, de aquel zaguán umbroso y perfumado de malvones que da ingreso a mi casa. El mundo no tiene misterios para mí. Y gracias a mi ceguera, sé que ella ha dejado de quererme. Ella, mi mujer, mi compañera, la guardiana de mi salud y mi destino. Aunque siga alcanzándome los medicamentos, ayudándome a vestirme, preparando mis comidas y acompañándome, sé que ya no me ama. Sus manos me rozan, pero están desnudas de caricias. Siento su mirada, pero ya no me llega la calidez del amor que había en ella. Hay una serena resignación en su presencia, pero no afecto ni ternura. Hay otro hombre en su vida, lo adivino, lo presiento. No puedo ver sus ojos, ni la expresión de su rostro cuando alguien lo nombra, pero no lo necesito. Porque soy ciego, puedo sentir lo que ella siente, puedo percibirlo sin necesidad de verla. Lo noto por el acento de voz cuando pronuncia ese nombre. Por las vibraciones que adquiere cuando habla de él, opina sobre él, comenta cosas sencillas y triviales que lo involucran de cualquier manera. Piensa en él. Lo adivino cuando se queda callada y sus silencios se extienden cargados de nostalgias, nostalgias de esos momentos que quisiera compartir con él y no puede. No puede, porque estoy yo. Está sufriendo: sé que está sufriendo. Me entristece, pero no voy a hacer nada para aliviar su sufrimiento. Aún sin alegría, aún resignada y doliente, ella seguirá aquí, a mi lado, acompañándome, cuidándome, atendiéndome. Porque yo la necesito y la amo; aunque parezca que mi amor es egoísta y mezquino. No voy a dejarla ir. Me refugio en las sombras cargadas de sonidos y percepciones que me rodean y decido que ella seguirá siendo mía para siempre. Porque sé que nunca se atreverá a decirme que no me ama. Y yo jamás le diré que sé que la he perdido.